jueves, 13 de agosto de 2009

Origen


Tan perfecto era el origen que su sombra obscureció todo lo que le siguió.
Había tiempo. El silencio permanecía como un hilo de luz penetrante y continuo que lo ocupaba todo. Nada remitía a nada, hasta que finalmente la abstracción se inundó de un púrpura cálido... como el que aparece cuando cierras los ojos. Después una explosión, aquella que revolucionó la nada. Apareció la tierra, de ella brotaron montañas y descendieron abismos. Luego llovió y llovió cada vez más fuerte, crecieron ríos flanqueados por árboles y arbustos, pequeños seres de todo tipo comenzaron a gestarse. Siguió lloviendo hasta que de un largo relámpago se desprendió la poesía, fue entonces cuando la creación se hizo conciente de si misma.
Con la poesía vinieron las musas a un paisaje de colores escampados. Los seres, las voces, fueron cobrando vida propia. El ser humano comenzó a distinguirse del resto, pero aún así no entendía nada. En aquel momento el desgraciado hombre se sentó en una roca, en una pausa de tierra, y lo contempló todo. Creyó sentir dioses y les concibió mitos. Después de unas cuantas vueltas, el mismo hombre decidió que los uniría a todos y creó un solo Dios a su imagen y semejanza. Sus vecinos más sensatos decidieron nombrarle el innombrable (Bao) y le otorgaron la razón irracional y una totalidad inmensurable. Después de más tiempo el desamparado hombre decidió que su Dios había muerto y entonces comenzó a creer en si mismo. Se pasaba tropezando porque a su limitada perspectiva le estorbaba su propia nariz. Intentó en vano creer en algo, descubriendo entonces que era una de sus incapacidades; eran pocos los afortunados.
Con la idea de progreso vinieron las grandes depresiones y la irremediable visión de la decadencia. La gran mayoría acabó tomando los grandes y sabios sistemas de creencias como referencias y señales de cultura. Se establecía pausada y ferozmente la premisa de la supremacía de lo nuevo. Comenzaron las revoluciones. Por aquella necesidad innata de sentido y dirección, de resolución de los grandes misterios, alternativas científicas acudieron a ofrecer nuevas explicaciones. Todo aquello resultaba engañoso e igualmente ambiguo. El vacío interno crecía dentro de cada uno, pero la producción cada vez más acelerada de bienes de consumo se encargaba de crear y saciar otras necesidades (algunos infundían la idea de que de otra manera el mundo pararía de girar). El orden pragmático se le atribuía a un nuevo dios, también inventado por el hombre a su imagen y semejanza. Este era tangible y omnipresente e incluso era considerado omnipotente. Era el poder, su máximo representante se erguía como gobernador del mundo. Era el Dinero.

*
Lejos y cerca de seres tan racionales, mariposas y yerbas igualmente crecían. Libre y despreocupadamente los horizontes reposaban en amplia contemplación. La tarde olía a merienda. Un estrecho camino alejaba la casa de adobe del pueblo de los robles viejos. Un niño sin nombre y sin zapatos sentía en los ojos perecer al invierno. No tenía que añadir más que su propia existencia. Rodillas en los escalones y todos los colores de los crayones en el suelo. El niño pintaba un sol imperfecto y a las renegadas montañas mientras su destino permanecía sentado a su lado.

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