viernes, 14 de agosto de 2009

Recuerdo de invierno

preciso el momento:



Sí. Las manos se me comienzan a poner frías y entonces, paro de leer. Llevo mucho tiempo leyendo, leyendo las líneas vivas de los muertos, leyendo las líneas muertas de mi vida. Pero ya me cansé. En este parque y a esta hora, ya me ha llegado el invierno. Unas gaviotas vuelan por este cielo, enmarcado por las columnas del kiosko. Unos niños comen y un bailaor practica su baile. Yo leía, pero ahora ya sólo camino. Un pie tras otro, un pie tras otro, ¿qué otra forma hay de pasar por la vida? Las hojas ya se cayeron, flotan en los charcos ya desengañadas y desposeidas de primavera. Y como siempre, en este parque de soledades, recuerdo. Recuerdo este amor, hecho sólo de pensamientos. Lo recuerdo porque el recuerdo es lo único que queda entre los mares de lejanías. El pensamiento viene en el paseo; del paso pausado sobre las hojas frías, de la mirada alta en las ramas solas, del cielo manchado de blancos, del viento que se estrella en la punta de mi nariz. Entonces, desde fuera, el viento-pensamiento entra de golpe en mi. Y soy víctima de mis propias percepciones. Maldita sea, más vale no recordar.
Estoy harta de querer saber. La vida de todos los poetas muertos, se me revuelven entre el estómago y la frente. No quiero estudiarlos más, sólo quiero tenerlos cerca. Quiero no estudiar más y seguir para siempre recorriendo este parque, estas calles, estos desgraciados callejones. Quiero quedarme en el caos, no aprehender las categorías, no ordenar apoliniamente esta existencia pelada. Esta ya es la verdad, estos troncos alzados, este rocío de hierba, esta gente ensombrecida, ese niño jugando. Esta es la verdad, las manos congeladas, el pensamiento entrando y saliendo de las puertas obscuras, la sensación que bota de la tierra bronceada al cielo plateado, del cielo desnudo a la tierra vestida. Tot plegat, todo junto, la unión del desvarío; la intuición que corona todo el pensamiento, la totalidad de las horas, de los seres, de las hambres, de las mentiras y la verdades. Nada más importa tanto. Nada importa tanto como saberse así envuelta, cobijada con el manto eterno del caos ordenado. No quiero saber más, de categorías preexistentes, de teorías encerradas que se miran el ombligo. Quiero hablar con la gente, conocer su despojo de realidad, su fragmento de existencia, su ser finito inconsiciente del infinito que le alberga y le pertence. Quiero perderme en la embriaguez del tiempo, en el corazón de la prosa, la poesía desnuda de la triste nobleza.
Abrazar el mundo como una adolescente; es la única y verdadera esperanza: el deseo más válido y perenne.

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